Tengo dos libros, uno azul y uno blanco. He circulado varios nombres. Me gustan los nombres fuertes, como Rebeca o Griselda. Si es niño lo llamaré Cuauhtémoc Isaí. Cuauhtémoc como su padre y su abuelo. Isaí porque es corto y me gusta su significado. Si es niña quisiera ponerle Isa Joana. Aunque Silvia, mi cuñada, me ha dado buenos argumentos para no ponerle ese nombre.
Aún no me decido. Cuauh y yo no hemos querido saber el sexo de bebé. Seguramente toda su familia espera un niño. El baby shower que me organizaron tenía decoraciones azules por todos lados. El pastel decía: “¡Para el Cuauhtemito!”. Mi bebé tendrá la mayoría de su ropita azul. Si es niña, de igual manera se la pondré. El color azul y los pantalones no son exclusivos de un niño. Y si es mujer la amaremos al igual que si es un hombre, pese a las expectativas familiares. Sólo deseo que esté sano o sana.
Los dolores son cada vez más fuertes y más frecuentes. Silvia me dijo camino aquí que no me quejara aún si me dolía mucho; que los médicos y las enfermeras no le hacen mucho caso a las pacientes que se quejan y gritan de dolor. ¡Pero vaya que cada vez duelen más las contracciones!
Esta mañana llegó Silvia con sus hijos: Rocío, Sarai y Esteban. Como a las dos nos gusta coser y hacer ropa, me invitó a Dorians. Estábamos en el centro comprando unas telas y de pronto se me rompió la fuente. Afortunadamente ya traía siempre mis papeles conmigo por si esto pasaba. Vinimos en taxi desde ahí a la clínica No. 7 del IMSS en el Bulevar Díaz Ordaz. Tengo 25 años. Es 25 de julio de 1991. Mi bebé nacerá este día por la noche en Tijuana, Baja California, México.
Es el cambio de turno y aún no nace. Es noche, ya casi las 9:00 p.m. Los doctores me acaban de decir que mi bebé acaba de voltearse, se sentó. No puede nacer por parto natural como estaba planeado. Afortunadamente entiendo algo de lo que significa esa palabra: “cesárea”.
Comienzo a sentirme nerviosa. No sé exactamente qué me van a hacer. ¡Cesárea de urgencia! No imaginaba que algo así pasaría. Leí algo de esto en uno de los libros que compré para prepararme para esta etapa del embarazo y del parto. Es mi primer bebé. ¡Duele! Pero no hago mucho escándalo.
Estoy anestesiada pero aún despierta.
—¡Fue niña! —dice alguien por ahí y comienzo a dormirme.
Despierto en otra sala donde están todas las mujeres que han tenido una cesárea. No he visto aún a mi hija. Duele. Duele, pero es un nuevo día.
—¡Revísenla! Que no le falte nada. Algún día le contaré esta historia:
Hija, estabas en una camita, toda envuelta como un tamalito. La enfermera jaló la cobijita, la desenrolló y diste unas vueltitas. Eran casi las casi las 11 de la mañana y aún no te había visto. Era la hora de visita y tu papá estaba ahí. Te conocimos juntos un 26 de julio. Te vi morenita y con los pelos parados. Porque tu papá es blanco y su familia es muy blanca, yo pensé que ibas a salir blanca. Pero no. Saliste como yo. Morena.
Te llevamos a casa el 27 de julio. Te cargué. Tenía miedo. Era responsable de una nueva vida. Todo era nuevo. Ya en casa, la misma en la que has vivido toda tu vida, volví al libro azul. Era momento de decidir tu nombre. No quería uno muy largo ni muy difícil. No podía ponerte algunos que me gustaban porque me pareciste más bien una niña muy dulce y tierna. Así que elegí Melissa. Un nombre sencillo y dulce. Me gustó su significado. Melissa. Nombre de origen griego. Y según el libro: “Posee la inteligencia y el dinamismo de las abejas. Su nombre significa miel.”