11 de abril de 2014

Soy una cosa

Soy una cosa. Eso me han explicado. Me lo dicen cada día los hombres que me ven en las calles que transito para tomar el transporte público. No sé cuándo dejé de ser una niña para convertirme en cosa. Años atrás, abril era el mes en que me recordaban mi inocencia o se alegraban de celebrar que era niña; ahora alaban mi belleza, mis pezones, mis nalgas y lo que les guste o parezca más atractivo de mi cuerpo. Crecí y no pude detener la biología ni lo que creció en mi pecho gracias a las hormonas. Y me convertí en eso, una cosa. ¿Una mujer? No, aquí no existen mujeres, somos cosas, objetos para satisfacer la lujuria del hombre.

Me enseñaron cuando aún era un ser humano, una persona, una niña, que nadie podía tocar mi cuerpo. Afortunadamente no me enseñaron que nadie puede lanzarme un beso en la calle o excitarse frente a mis ojos cuando me ven; de haber sido así, tendría el derecho de protestar o de expresar mi incomodidad. Pero soy una cosa, así que no era necesario hablarme de dignidad para cuando creciera.

He recibido tantos elogios... los hombres son muy buenos para decir lo que ven, lo que quieren, aunque hay unos cuantos cobardes que sólo se atreven a pensarlo. No importa el lugar, siempre habrá un hombre dispuesto a recordarme la hermosa cosa en que me he convertido. Tampoco importa la clase social, el nivel educativo o la religión.

También he recibido propuestas constantes para comenzar relaciones de noviazgo. Una vez fue un taxista, la razón es que yo era muy bonita, y eso era lo único que él necesitaba para asumir un compromiso. Pero, no importa mucho eso, ya que las cosas no se comprometen, no tienen voluntad, así que no es necesaria tanta formalidad. Ser bonita es razón suficiente para que alguien se enamore de mí. A pesar de eso, yo como cosa, me revelé y dije no. Rechacé la magnánima propuesta y por un momento pensé ser una persona, un ser humano otra vez. Y, "¿Por qué no tienes novio si estás tan bonita?" Es la pregunta constante que he escuchado desde que tenía 13 años... y es que, pensando aún que era ser humano, esperaba que alguien se atreviera a conocer mi corazón, pero no, las cosas no tenemos un corazón para conocer ni valorar.

Recuerdo cuando tenía 15 años, cuando mi cuerpo comenzó a transformarse en cosa de manera más evidente. Cierto día en la escuela, junto con dos amigas, llegamos tarde a la clase de Historia de México. En esa clase continuábamos viendo las mismas fechas, los mismos relatos ficticios y los mismos héroes corruptos de antaño. Recuerdo al maestro y esa mirada con que nos vio cuando pedimos permiso para entrar a la clase. Me sorprendió que no era de decepción, desaprobación o rechazo por estar tarde; al contrario, aprobaba totalmente lo que veía debajo de esas faldas color azul marino. Una, dos, tres, cuatro, cinco, ¡seis! piernas de cosas viviendo la verdadera historia que en mi país poco se cuenta. Al final mi calificación fue de 10, la nota más alta posible. Dudo que haya sido por conocimiento, pues hasta hoy no sé mucho de lo que nunca pasó, pero las cosas exentábamos la materia, mientras mis compañeros hombres que de forma sutil durante el semestre se atrevieron a defender personas, hacían el examen final.

"¡Suegra!" le gritan a mi mamá en la calle, !#$%@ le relinchan a mi hermana menor, "...con esos pezoncitos..." me susurran en el puente de la 5 y 10, "¡Adioooos..." tú seguramente escuchas que alguien se despide de ti y sabes que no es una despedida amable. Podría ignorarlo, como todas las cosas lo hacen, pero aún hay algo en mí que quiere ser persona. Y sí, ¡Me incomoda! ¡Me molesta! ¡Es injusto!

Compartí con otras cosas ese miedo, coraje y tristeza que sentía al estar sola en la calle, el miedo a los hombres, a sus insultos y a que insistieran en cosificarme. Una y otra vez escucho lo mismo: resignación. También las otras cosas parecen tener miedo, pero la única solución parece ser ignorarlo, ya que no se puede hacer nada, las cosas no vamos a cambiar esto. Se nos enseña al sexo cosa a tomar nuestras precauciones: no andes sola de noche, no camines por la misma ruta, no uses ropa tan provocativa o ajustada, trae algún objeto que puedas usar en defensa personal, no les hagas caso, no le des tanta importancia. Seguramente si eres cosa sabrás algunas de estas precauciones que menciono, o tal vez tengas unas propias que has tenido que inventarte específicamente para defenderte cuando andas por tus rumbos y a partir de tus experiencias personales. Lo cierto es que he tomado estas precauciones desde que tengo 12 años y no me han funcionado. No importa si es de día o de noche, a cualquier hora me convierto en cosa, no importa si voy al centro, al trabajo, a la escuela, si tomo el puente, el subterráneo o el transporte público. Aun enfrente de mi casa justo al cerrar la puerta, los hombres sonríen cuando me ven salir y cerrar la puerta, pues saborean con su mirada mi cuerpo de cosa e incluso me preguntan que si no me gusta, que si no lo estoy disfrutando. He optado incluso por usar sweter en verano y resulta peor, porque termino acalorada y cosificada. También traigo mis armas improvisadas, afortunadamente nunca las he tenido que usar, y en otras ocasiones como me hubiera gustado usarlas, pero no, porque las cosas somos débiles y tenemos miedo.

No puedo sonreír, no quiero hacerlo, porque no me da risa, porque no me puedo acostumbrar todavía a que soy cosa. Mi sonrisa según dicen algunos que han logrado capturarla, es muy linda. Me encantaría vestir esa sonrisa provocada por respeto, amor, dignidad y valor al verme como persona mientras camino en la calle. Me encantaría ser persona para otros y no sólo de vez en cuando. Pero las cosas no sonreímos, tal vez estamos cansadas de tenernos que ocupar más de otras partes de nuestro cuerpo que de nuestra sonrisa para que no nos sorprendan cuando nos tocan sólo porque quieren.

Podría ignorarlo, pero no quiero porque me duele, porque sí me importa. Tal vez como hombre, tú que eres considerado persona, no tienes este tipo de preocupaciones porque no tienes que lidiar día a día con tener que ser alguien que no quieres ser, una cosa. Tal vez nunca hubieras imaginado que hay cosas que son amigas tuyas, hermanas, tu madre o tu hija. Tal vez no imaginas que tu esposa o tu novia también es cosa. Si tú fueras cosa, ¿Podrías ignorarlo? ¿Te importaría? ¿Te dolería saber que el ser acosada en la calle es tan sólo un momento de todos en los que somos cosas?

Quisiera saber, ¿Cómo te educan a ti? ¿Qué te enseñan como hombre? Porque a mí me suena a mentira que me hayan dicho que como mujer no se me debe tocar ni con el pétalo de una rosa, ya que ni siquiera soy mujer, soy una cosa. ¿Por qué me mienten? ¿Por qué me ilusionan al pensar que puedo merecer ese respeto, dignidad y amor si tan sólo se queda en un ideal? ¿Cómo has crecido tú? ¡Responde!

Quisiera saber, ¿Qué tan dispuesta estás a levantar la voz? ¿A dejar de negar que esto te incomoda y que no te gusta? Porque no eres la única, no es como se supone que debe ser, no es como queremos ser tratadas y lo sabes bien. ¿Qué igualdad buscas? No somos iguales. Hay tan sólo animales y cosas. ¡Responde!

Podría ignorarlo, pero aún hay algo en mí que quiere ser persona. Y es que fui creada como ser humano, como mujer. Y decisiones nos han llevado a ser creación corrompida por el pecado. Por eso vivimos en una densa noche oscura donde parece no haber esperanza y sólo podemos morir. Pero la esperanza permanece, permanece la fe y permanece el amor. Un amor, que es, que ama por completo y plenamente. La igualdad por la que vale la pena luchar es aquella que se basa en el amor, en la que ya no hay hombre o mujer, cultura o color de piel, posición económica o nivel educativo, tener un puesto público importante o ser obrero, porque somos amados. Y este amor nos lleva al perdón y a la reconciliación unos con otros. Hay esperanza porque el ser humano perfecto nos amó hasta la muerte para darnos vida y redimirnos, para llamarnos hijos e hijas. Hay esperanza porque nos enseñó a ser humanos, amando al pobre, al oprimido, al esclavo, al extranjero, a la mujer, a los rechazados y huérfanos, viviendo contraculturalmente. Hay esperanza porque vino a dar libertad para que vivamos en paz unos con otros. Sólo por Él tenemos esperanza. Por eso no lo ignoro, porque hay esperanza al caminar por las calles de mi ciudad como mujer creada y amada por Dios.