Esta noche pienso en ti. Hace más de un año que te fuiste, hace más de dos primaveras que te vi partir. Aún recuerdo el sonido de tu último suspiro. Mi cuerpo y mi ser, de pie y en el suelo al mismo tiempo, a la orilla de tu cama, vieron tu cuerpo apagarse lentamente. Tus ojos cerrados, tu piel pálida y arrugada, tú, envuelta en sábanas blancas, en la sala de mi casa, tomaste el último aliento y dejaste de vivir.
Aún pienso en ti. Te recuerdo. Pero hoy pienso en ti de madrugada, sin poder dormir aunque es lo que más deseo hacer y no puedo. Hoy fui a un funeral parecido al tuyo, ella también luchó contra el cáncer. Fue tan rápido y tan lento a la vez. Me duele el corazón. Tu ataúd era grande, en tu pelo había canas blancas y esa noche se mostraban varias fotografías de la historia de tu vida, tus logros, tus amores, tus pasiones, tus amigos y las memorias captadas en papel, de ochenta años caminados.
Hoy, no había más de cinco fotografías, el ataúd era pequeño; el más pequeño que he visto. La historia escrita en tiempo es de un año y diez meses. Los padres despiden a su princesa, dicen que ya descansa. Lloran sin despegarse de la caja, que tiene un vidrio, que impide el contacto con su pequeña al querer tocar su nariz tan solo una vez más. Y duele. ¿Por qué duele tanto abuelita?