El Señor está cerca de los que tienen quebrantado el corazón;
él rescata a los de espíritu destrozado.
Salmo 34:18
El Dios en quien creemos es uno que toma la iniciativa, que se acerca a la humanidad desde el principio. En Jesús vemos la promesa de Dios hecha carne en un bebé. La luz que vino al mundo, el Verbo que habitó entre nosotros, prometió estar con nosotros todos los días (Mateo 28:20). Pero ¿cómo Dios se hace presente hoy? ¿cómo Dios se muestra cercano? No pretendo responder las preguntas como alguien que tiene la autoridad académica teológica para hacerlo. Hablo desde mi propia vivencia de a penas estas tres últimas semanas, desde una teología elaborada en lo cotidiano, hecha con la gente, desde una realidad que duele y desde las rodillas hincadas y las lágrimas derramadas.
Comencé a caminar con alguien mis luchas de una manera más intencionada y esta persona me dejó la tarea de hacerme las preguntas diarias ¿dónde vi a Dios hoy? Y ¿dónde Dios me dijo hoy que él me ama? Sin duda, estas dos preguntas se complementan con el par anterior. Es extraño para mí en un momento de mucha lucha, mucha confusión mental y un dolor emocional profundo ver a Dios tan cercano. Hace más de un año comencé a notar y esconder mis propias tormentas. Las compartí muy poco y hoy una tormenta, que arrasó con lo poco que quedaba, me tiene entre escombros de dolor, de pérdida, incertidumbre, sueños rotos y con muchas preguntas. Hoy me es forzoso compartir no sólo con alguien más sino con varias personas mis tormentas. Es arriesgado, sobre todo cuando la respuesta a ellas en el pasado ha sido rechazo y con la experiencia previa que dejó escombros, soy honesta al decir que me da miedo dejar entrar a otros a mi desastre natural. Y en todo esto, sin embargo, he visto a Dios. A veces en silencio, pero reconozco su presencia aún cuando está callado. También lo veo susurrando en el canto de las aves; y aunque después de la tormenta más intensa pensaría escucharlo menos, es cuando más presente lo he visto. En un momento dudé de mí, de que yo creyera en él, de que mis convicciones no fueran suficientes, pues me sentía débil y hasta llegué a expresar en voz alta mi pregunta, ¿en verdad creo en Dios? Después de esa pregunta comenzó la última tormenta de la temporada. Sin embargo no era por el silencio de Dios que me cuestionaba mi fe, porque reconocí que ese silencio incluso venía de él y no había un momento en que no lo viera obrar en mi vida y al rededor de ella. Mi pregunta fue un berrinche mío, al no entender que los vientos fuertes habían traído ya una tormenta en la que me estaba quedando expuesta sin las precauciones necesarias y las consecuencias que vendrían serían irremediables... los escombros.
La tormenta no se ha ido, siguen las secuelas, siguen los vientos y mucha agua lloviendo en mis ojos en forma de lágrimas. En los escombros me quedé sola. Aparentemente, para algunos, no había nada más que hacer, no se podía volver a construir y aquí me quedé deseando levantar una casa donde sólo quedó un piso lleno de pedazos rotos. Y sería trágico que este fuera el fin. Sin embargo, como en cada desastre natural, la ayuda no tardó en llegar y Dios ha enviado a sus voluntarios para caminar conmigo en el dolor de los escombros y en la tristeza de la tormenta. Ellos y ellas colocan un paraguas sobre mi cabeza y lo sostienen. Algunas veces me dicen que es necesario que me moje un poco y no me protegen. Ayudan a mis manos a levantar los pedazos de una casa destruida; mientras mis manos sostienen los pedazos que sólo a mí me toca levantar, ellos y ellas sostienen mis manos y me comparten su fuerza para levantarlos. Reconozco que sola no puedo y les oriento diciendo dónde duele, cuáles han sido los daños más grandes y qué necesito. Con humildad me dicen que se sienten intimidados pero con un amor genuino en palabras audibles dicen, "pero, estoy dispuesta". Veo disposición en todos ellos, veo el amor de Dios cuidándome y abrazándome con los brazos de estas personas. Muchas veces me abrazan mientras llueven mis ojos e incluso me traen alimento aunque no tengo hambre y no quiero comer, aunque estoy cansada. Lloran conmigo porque también les duele.
Algunas me cuentan de sus propias tormentas y lloramos juntas mientras ellas recuerdan o viven una historia parecida. Me comparten palabras de aliento sin esperar mi reacción ni respuesta, reconociéndose ellas mismas incapaces de cambiar mi mundo al hablar o escribir, pero aportando lo que tienen para dar con amor y una inversión de tiempo que nunca podré pagar. Me dicen que soy muy fuerte, y aunque yo no lo creo, porque no me siento así y de verdad no lo soy, les digo que mi única fuerza es el Señor, pues yo no siento tener ninguna. Estoy aprendiendo a gloriarme en mis debilidades. Estoy en un proceso de conocer y entender la gracia, mientras vivo sólo por Su gracia.
Uno que otro me dice que no viene con palabras, pues no las hay, pero vienen con sus oídos para escuchar lo que ha pasado. A veces hacen preguntas y no dan explicaciones, que saben, son incapaces de dar. Muchos me dicen que le hablan a Dios de mí y le hacen peticiones especiales al ver desde su perspectiva lo que necesita este lugar que ha sido afectado con daños severos. Unos se quedan en silencio, me dan mi espacio pero no se van, no huyen ni ignoran, sólo están, aún a pesar de la distancia y aunque su lenguaje es el silencio. De verdad me dicen, "aquí estoy, no me voy a ir, yo no voy a huir, yo quiero quedarme y esa es mi elección". Otras no hablan mi idioma como su primera lengua, pero me dicen una vez más que no hay barreras, que la lucha entre nuestros países no es relevante ahora y me alegra que no vienen con una máscara de aparentes salvadoras, son tan humanas como yo y sólo están presentes, orando en otro idioma mientras sostienen mis manos con amor.
Otros saben que su labor es diferente y que ellos vienen a ayudar en una forma distinta. No es a levantar un pedazo de una casa rota, no, su labor es pausar el trabajo de limpieza para desempolvarme un poco. Vienen con sus historias, algunas divertidas y otras donde incluso quieren mi opinión y mis oraciones. Me dicen que aún creen en mí y que en mi quebranto aún soy útil. Me dicen que están aquí en mis tormentas, porque yo he estado ahí en las suyas, y de esto se trata la amistad. Me sacan de la rutina llevándome a un lugar fuera de los escombros aunque el daño sigue en mí, y a veces sólo vienen a jugar aunque el área esté dañada. Tienen cuidado, pues saben que su labor es delicada, no implica hacer estragos con sus juegos, sino que traen sus pinturas, sus colores, sus risas y ocurrencias. ¡Vaya ocurrencias! Hacen de este lugar gris uno un poco más feliz. Vienen a hacer sus diseños en los ladrillos rotos. Hacen esculturas nuevas y graciosas con escombros que de verdad ya no tienen utilidad para quedarse más en el lugar, y de lo que no sirve para construir algo otra vez, ellos y ellas tienen tanta vida, tanta energía para animar. Vienen con su música, con sus talentos; vienen con sus platillos de comida, pasteles y fruta que hacen que este momento parezca una ocasión especial. Y lo es. Aunque no deja de doler, es especial porque este momento es parte de la vida.
Dios sigue hablando en el canto de las aves y por supuesto en Su Palabra irreemplazable, pero lo he visto tan perfectamente obrando en la comunidad. Estos voluntarios tienen nombres propios, ellos y ellas saben quiénes son. No estoy sola, no camino sola y eso es un consuelo en mi individualidad. Camino con gente real, rota y quebrada llamada familia, mamá y papá, amigas y amigos, estudiantes y obreros, tijuanenses y extranjeros. No camino sola, no me siento sola. Dios está presente. Él está cercano a los que tienen destrozado el corazón y abraza a los que tienen los sueños rotos. Él me abraza a mí.
Comencé a caminar con alguien mis luchas de una manera más intencionada y esta persona me dejó la tarea de hacerme las preguntas diarias ¿dónde vi a Dios hoy? Y ¿dónde Dios me dijo hoy que él me ama? Sin duda, estas dos preguntas se complementan con el par anterior. Es extraño para mí en un momento de mucha lucha, mucha confusión mental y un dolor emocional profundo ver a Dios tan cercano. Hace más de un año comencé a notar y esconder mis propias tormentas. Las compartí muy poco y hoy una tormenta, que arrasó con lo poco que quedaba, me tiene entre escombros de dolor, de pérdida, incertidumbre, sueños rotos y con muchas preguntas. Hoy me es forzoso compartir no sólo con alguien más sino con varias personas mis tormentas. Es arriesgado, sobre todo cuando la respuesta a ellas en el pasado ha sido rechazo y con la experiencia previa que dejó escombros, soy honesta al decir que me da miedo dejar entrar a otros a mi desastre natural. Y en todo esto, sin embargo, he visto a Dios. A veces en silencio, pero reconozco su presencia aún cuando está callado. También lo veo susurrando en el canto de las aves; y aunque después de la tormenta más intensa pensaría escucharlo menos, es cuando más presente lo he visto. En un momento dudé de mí, de que yo creyera en él, de que mis convicciones no fueran suficientes, pues me sentía débil y hasta llegué a expresar en voz alta mi pregunta, ¿en verdad creo en Dios? Después de esa pregunta comenzó la última tormenta de la temporada. Sin embargo no era por el silencio de Dios que me cuestionaba mi fe, porque reconocí que ese silencio incluso venía de él y no había un momento en que no lo viera obrar en mi vida y al rededor de ella. Mi pregunta fue un berrinche mío, al no entender que los vientos fuertes habían traído ya una tormenta en la que me estaba quedando expuesta sin las precauciones necesarias y las consecuencias que vendrían serían irremediables... los escombros.
La tormenta no se ha ido, siguen las secuelas, siguen los vientos y mucha agua lloviendo en mis ojos en forma de lágrimas. En los escombros me quedé sola. Aparentemente, para algunos, no había nada más que hacer, no se podía volver a construir y aquí me quedé deseando levantar una casa donde sólo quedó un piso lleno de pedazos rotos. Y sería trágico que este fuera el fin. Sin embargo, como en cada desastre natural, la ayuda no tardó en llegar y Dios ha enviado a sus voluntarios para caminar conmigo en el dolor de los escombros y en la tristeza de la tormenta. Ellos y ellas colocan un paraguas sobre mi cabeza y lo sostienen. Algunas veces me dicen que es necesario que me moje un poco y no me protegen. Ayudan a mis manos a levantar los pedazos de una casa destruida; mientras mis manos sostienen los pedazos que sólo a mí me toca levantar, ellos y ellas sostienen mis manos y me comparten su fuerza para levantarlos. Reconozco que sola no puedo y les oriento diciendo dónde duele, cuáles han sido los daños más grandes y qué necesito. Con humildad me dicen que se sienten intimidados pero con un amor genuino en palabras audibles dicen, "pero, estoy dispuesta". Veo disposición en todos ellos, veo el amor de Dios cuidándome y abrazándome con los brazos de estas personas. Muchas veces me abrazan mientras llueven mis ojos e incluso me traen alimento aunque no tengo hambre y no quiero comer, aunque estoy cansada. Lloran conmigo porque también les duele.
Algunas me cuentan de sus propias tormentas y lloramos juntas mientras ellas recuerdan o viven una historia parecida. Me comparten palabras de aliento sin esperar mi reacción ni respuesta, reconociéndose ellas mismas incapaces de cambiar mi mundo al hablar o escribir, pero aportando lo que tienen para dar con amor y una inversión de tiempo que nunca podré pagar. Me dicen que soy muy fuerte, y aunque yo no lo creo, porque no me siento así y de verdad no lo soy, les digo que mi única fuerza es el Señor, pues yo no siento tener ninguna. Estoy aprendiendo a gloriarme en mis debilidades. Estoy en un proceso de conocer y entender la gracia, mientras vivo sólo por Su gracia.
Uno que otro me dice que no viene con palabras, pues no las hay, pero vienen con sus oídos para escuchar lo que ha pasado. A veces hacen preguntas y no dan explicaciones, que saben, son incapaces de dar. Muchos me dicen que le hablan a Dios de mí y le hacen peticiones especiales al ver desde su perspectiva lo que necesita este lugar que ha sido afectado con daños severos. Unos se quedan en silencio, me dan mi espacio pero no se van, no huyen ni ignoran, sólo están, aún a pesar de la distancia y aunque su lenguaje es el silencio. De verdad me dicen, "aquí estoy, no me voy a ir, yo no voy a huir, yo quiero quedarme y esa es mi elección". Otras no hablan mi idioma como su primera lengua, pero me dicen una vez más que no hay barreras, que la lucha entre nuestros países no es relevante ahora y me alegra que no vienen con una máscara de aparentes salvadoras, son tan humanas como yo y sólo están presentes, orando en otro idioma mientras sostienen mis manos con amor.
Otros saben que su labor es diferente y que ellos vienen a ayudar en una forma distinta. No es a levantar un pedazo de una casa rota, no, su labor es pausar el trabajo de limpieza para desempolvarme un poco. Vienen con sus historias, algunas divertidas y otras donde incluso quieren mi opinión y mis oraciones. Me dicen que aún creen en mí y que en mi quebranto aún soy útil. Me dicen que están aquí en mis tormentas, porque yo he estado ahí en las suyas, y de esto se trata la amistad. Me sacan de la rutina llevándome a un lugar fuera de los escombros aunque el daño sigue en mí, y a veces sólo vienen a jugar aunque el área esté dañada. Tienen cuidado, pues saben que su labor es delicada, no implica hacer estragos con sus juegos, sino que traen sus pinturas, sus colores, sus risas y ocurrencias. ¡Vaya ocurrencias! Hacen de este lugar gris uno un poco más feliz. Vienen a hacer sus diseños en los ladrillos rotos. Hacen esculturas nuevas y graciosas con escombros que de verdad ya no tienen utilidad para quedarse más en el lugar, y de lo que no sirve para construir algo otra vez, ellos y ellas tienen tanta vida, tanta energía para animar. Vienen con su música, con sus talentos; vienen con sus platillos de comida, pasteles y fruta que hacen que este momento parezca una ocasión especial. Y lo es. Aunque no deja de doler, es especial porque este momento es parte de la vida.
Dios sigue hablando en el canto de las aves y por supuesto en Su Palabra irreemplazable, pero lo he visto tan perfectamente obrando en la comunidad. Estos voluntarios tienen nombres propios, ellos y ellas saben quiénes son. No estoy sola, no camino sola y eso es un consuelo en mi individualidad. Camino con gente real, rota y quebrada llamada familia, mamá y papá, amigas y amigos, estudiantes y obreros, tijuanenses y extranjeros. No camino sola, no me siento sola. Dios está presente. Él está cercano a los que tienen destrozado el corazón y abraza a los que tienen los sueños rotos. Él me abraza a mí.
1 comentario:
Gracias por compartir, Mel. ¡Abrazos!
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