11 de junio de 2017

Del otro lado del muro


Les presento a mis amigas, Ellen y Bethany. Ellas viven en San Diego y yo en Tijuana. Nuestras ciudades están divididas por un muro grande representado como una barda que se sumerge en el Pacífico y que rodea la frontera de México con Estados Unidos. Nos conocemos hace más de seis años. Al principio no había ninguna expectativa de que nuestra relación se convirtiera en una de las amistades más valiosas y significativas que tenemos hoy. Ellas son unas de mis amigas más cercanas. Admiro a estas mujeres por muchas razones, principalmente porque puedo ver en ellas un estilo de vida congruente con su fe.

Nos conocimos en un viaje misionero a México, que muchos grupos en iglesias en los Estados Unidos suelen hacer. Algo valioso es que su compromiso personal no fue de sólo un fin de semana, sino que siguieron conectándose con el trabajo aquí en Tijuana, pero mayormente con las personas, no sólo con un proyecto. Aunque eventualmente ese trabajo llegó a su fin, la obra de Dios en nosotras continuaría. Fruto de ese trabajo misionero fue crear estos lazos fuertes de amistad y eso es lo que debe perdurar más allá de una actividad; gente que se encuentra con un amor por el Reino de Dios y su justicia a pesar de grandes diferencias culturales y sociales que nos dicen que no hay manera de crecer una confianza y un amor de hermanas.

Hoy tuvimos una de esas holy conversations (conversaciones santas) donde el inglés y el español se hablaron en el mismo porcentaje. Después de hablar del corazón, la familia, el trabajo y demás, comenzamos a hablar de las situaciones en nuestros países. Sí, hablar de la realidad social y política de nuestras naciones también son temas que las cristianas y las amigas podemos traer a la mesa y conversarlos desde la fe. Creo que en esta conversación fue evidente la continuidad de la obra de Dios en nuestras vidas después de seis años de amistad. Me gusta creer que cada etapa de nuestra plática fue dirigida por el Espíritu Santo, comenzando por las noticias más actuales, cómo la iglesia en Estados Unidos está (o no está) respondiendo, cuáles son las posturas, seguido de preguntarnos qué es necesario hacer como iglesia, y terminando con cuáles son esos rayitos de esperanza que alcanzamos a ver en el obrar de Dios.

Mi corazón se llena de alegría y agradecimiento por la vida de estas mujeres blancas, sin afán de sonar racista. Es precisamente el hecho de que el estereotipo de una persona así, es que no se involucra con temas por los cuales no es directamente afectada en una realidad como la de su contexto. He podido conocer a unas mujeres que en lo cotidiano, su estilo de vida es contracultural en la forma en que consumen, se visten, piensan, trabajan y se relacionan con otros y otras. Puedo ver que estos son los frutos de su fe en las cosas más prácticas y sencillas de la vida, que muchas veces son las más complejas de cambiar y reaprender.

Como amigas podemos ver que el muro que divide nuestras naciones no es un impedimento para cenar juntas de vez en cuando, para quedarnos a dormir en la casa de la otra, para cantar en español en una de sus bodas, salir a pasear a un mercado, comer tacos, ir a correr cerca de un lago, o pasar un año nuevo jugando alrededor de la mesa. Tenemos el privilegio de que podemos comunicarnos en ambos idiomas y que tenemos la oportunidad de vernos en ambos lados del bordo. Como Spanish speakers (hablantes de español como primera lengua), me entenderán que es hermoso no tener que hablar siempre en inglés, que éste no sea el idioma dominante en una conversación y que uno no tiene que sentirse forzado a ser quien hable en otro idioma. Puedo sentir de inmediato que ellas aman mi cultura al hablar en mi idioma natal.

Para aquellos que tenemos visa, sabemos que es bien común, casi natural, como si fuera ir a otra parte de nuestra ciudad, cruzar la frontera e ir de shopping (ir de compras) al otro lado. No lo vemos como algo extraño. Pero del otro lado algunas personas les preguntan a mis amigas, ¿Por qué van a ir a Tijuana un sábado por la noche a cenar? ¿Con una amiga? ¿Quién es esa amiga? ¿Dónde la conocieron? ¿De verdad una amiga vive allá? ¡Qué hermoso generar estos temas de conversación como cristianas que viven en ciudades fronterizas!

Esta barda existe, es real y estamos aquí. Este muro no es tan grande como las barreras que están en nuestros corazones. Creo que construir amistades fuertes y sanas como la que Ellen, Bethany y yo tenemos, es una forma de hacer que ese muro sea menos fuerte y que poco a poco desaparezca. Cuando los que están en el poder y cuando todas las actitudes y sentimientos en contra de la gente que Dios ama hacen crecer esa barda, nosotros a la mesa, al compartir con personas de nuestro país vecino la vida en amor y gratitud a Dios, testificamos el Reino de Dios y Su justicia aquí en la tierra. Era lo más lógico que el Espíritu Santo nos guiara a concluir con una forma práctica de vivir nuestra fe y que nuestra amistad sea de influencia en nuestras ciudades. El Señor nos invita a seguir soñando cómo derribar los muros de la ignorancia, del prejuicio, del odio, la discriminación, el racismo, la enemistad, y muchas más berraras que nos impiden disfrutar de un pedacito de cielo al crear lazos de amistad con personas de otra cultura, con los que están del otro lado del muro. 

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